En
los capítulos del 7 al 11 del libro de
los Hechos, se narra parte de esta persecución iniciada con la lapidación de
Esteban y su consecuente huida a otras regiones como Fenicia, Chipre y
Antioquía. En esta última perteneciente a Siria, se radicó la Comunidad del
Evangelio de Mateo. Es decir, que parte de la expansión del evangelio por las
regiones de la cuenca del Mediterráneo, se debieron al conjunto de
persecuciones y violencias recibidas por grupos que vieron en la predicación del evangelio, una amenaza
“inusual y extraordinaria” a la sociedad de entonces.
Y
este contexto es internalizado por quienes escriben, por quienes intentan dar
respuestas a las diferentes situaciones por las que están atravesando. En Mateo
22, 1-14 se nos narra los acontecimientos ocurridos durante la convocatoria y
el inicio del Banquete de la boda del hijo del rey. Jesús utiliza a la
estructura monárquica para comparar al cielo, porque esa era la estructura de
poder que se conocía entonces. Posiblemente, si Jesús viviera en nuestros días
nos hablaría de las repúblicas democráticas como parábola para la nueva democracia
participativa y protagónica con la que se construiría el Reino.
Voluntariamente
no asisten al banquete los propietarios de tierras, los que han saqueado al
pueblo, sus opresores, quienes le roban sus pertenencias, se apoderan de su
trabajo, los propietarios de esclavos, los latifundistas, entre tantos, se
niegan a asistir a esa celebración porque desconocen al mandatario, y matan al
emisario porque se creen superiores y dueños de la vida. Son supremacista.
Asistir al banquete entonces, en medio de una situación de conflictos y guerras de todo tipo, en medio del desprestigio que los poderosos hacen a quienes construyen un mundo distinto, inclusivo, implica tomar una postura ante la vida, ante los vecinos, las vecinas, implica un compromiso. En el banquete se pone a prueba las vestidura, el conjunto de creencias ideológicas que sustenta la existencia. La infiltrada, el infiltrado se delata porque no puede dar respuestas adecuadas que permitan su permanencia en la celebración. Celebrar significa también ruido, música, ponerse en evidencia. No puede celebrar junto aquellas y aquellas que son consideradas no-personas o chusmas. Asistir al banquete de la boda del hijo, o hija del no-rey o no-presidente, es un acto de celebración, de alegrías, pero también de riesgos, de compromisos con las excluidas y excluidos por las corporaciones, por los imperialistas y sus seguidores. Es ponerse en evidencia de que estamos dispuestas y dispuestos a denunciar las injusticias, los engaños y que nuestra opción sigue siendo por los pobres y excluidos de la tierra.
Carol Lenderbor
Adulta Mayor
Integrante de la Comunidad
Jesús el Buen Pastor