Bartolomé de las Casas le pareció una
usurpación el hecho de que nuestro continente, en vez de llamarse “Colombia” en
honor a Colón, llevase el nombre de “América” en homenaje a Américo Vespucio.
“El nuevo continente –afirmaba– debería haber sido llamado Columba, y no como
es injustamente llamado, América”. Posteriormente, Francisco de Miranda
proyectó que todas las colonias españolas, una vez alcanzada la independencia,
debían unirse en una sola nación llamada “Colombia”. Su idea era formar un solo
Estado suramericano que abarcaría desde el río Misisipi hasta Cabo de Hornos.
Luego, Simón Bolívar creó una gran república con el nombre de Colombia. Fue
fundada en una histórica sesión del Congreso de Angostura el 17 de diciembre de
1819. Abarcaba un inmenso y estratégico territorio constituido por los actuales
Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, y parte de la Guyana hoy en reclamación.
Al finalizar el evento, el neogranadino Francisco Antonio Zea declaró: “La República
de Colombia queda constituida, viva la República de Colombia”. Dicha nación
existió durante 11 años: entre 1819 y 1830.
A lo largo de la historia, hubo varias
tentativas por refundar esa Gran Colombia proyectada por Bolívar. Lo intentaron
Rafael Urdaneta y los militares que liderizaron la Revolución de las Reformas a
partir de 1834. Como lo explica Fermín Toro Jiménez: “Estos próceres exiliados
en 1830, de regreso a la patria en 1834, después de haber sido desterrados por
los autores del magnicidio de Colombia de 1828, como una sola voluntad
enarbolan la bandera del restablecimiento de la República de Colombia“.
Lamentablemente, no alcanzaron su objetivo. Posteriormente, en 1901, una
coalición de líderes suramericanos encabezados por Cipriano Castro firman un
pacto cuyo propósito fundamental es refundar la Gran Colombia para hacer frente
al expansionismo gringo.
Pues bien, así como existe una Colombia
grande (la soñada por Las Casas, Miranda, Bolívar, Urdaneta, Castro y Gaitán),
hay también una Colombia pequeña, la de la oligarquía colombiana. Esta Colombia
es violenta, ingrata, servil, injerencista y abusadora. Violenta con su propio
pueblo que, en elevado número, ha tenido que emigrar de su patria para
garantizar el derecho a vivir. Ingrata con Venezuela que ha acogido a un
porcentaje importante de sus habitantes, a los que, además de darles la
nacionalidad, les ha brindado los mismos beneficios que al resto de los
ciudadanos de nuestro país.
Olvida la lección de Bolívar: “La
ingratitud es el crimen más grande que pueden los hombres atreverse a cometer”.
Servil porque, en vez de liberarse del dominio de EEUU (la potencia que le
arrebató Panamá en 1903) instala bases militares gringas en su territorio,
mientras afirma que “no le dio tiempo” de invadirnos. Injerencista porque
conspira abiertamente contra la estabilidad de nuestro país al propiciar el
contrabando de extracción, el paramilitarismo, el establecimiento de casas de
cambio que afectan nuestra moneda, etc. Abusadora porque ofende el gentilicio venezolano
al llamarnos “venecos” y ejecutar una campaña sistemática de descrédito contra
nuestro pueblo. Como se ve, hay dos Colombias, una grande; y la otra…
chiquitica.
José Gregorio
Linares
Historiador
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