martes, 12 de diciembre de 2017

Golpe de timón: ¡Corruptos temblad!



Quien es corrupto es indolente, es decir, no es revolucionario

La lucha contra la corrupción que está librando el Fiscal General de la República, Tarek William Saab, es la más dura batalla que contra este flagelo se ha llevado desde la época en que el Libertador Simón Bolívar era nuestro presidente. Quien es corrupto es indolente, es decir, no es revolucionario. Todo oportunista es corrupto, solo espera el momento, el chance. Escala su plan disfrazado de oveja y una vez en la cúspide muestra su verdadero rostro. También existe el resentido social que, al ocupar un cargo, piensa que se merece todo lo que obtiene fraudulentamente. Cuando el pueblo sabe que un corrupto es recompensado con otro cargo público se desmoraliza, porque la impunidad amedrenta la moral. Nos dice José Gregorio Linares en su libro La utopía posible que “la corrupción es un enemigo silencioso, así como lo es, según se dice, la hipertensión arterial. Se va metiendo poco a poco en el interior del funcionario público o del revolucionario y va matando imperceptiblemente su mística. Paulatinamente se va apoderando de él un afán de éxito y confort que lo hace necesitar más riquezas y poder”.
En nuestras raíces hallamos una rica fuente axiológica sobre la lucha contra la corrupción. Después de la aprehensión, entre otros funcionarios petroleros, de Eulogio del Pino, Nelson Martínez y Diego Salazar Carreño, primo de Rafael Ramírez, vale la pena entender cómo pensaban estadistas de la talla de José Antonio Páez (1790-1873) y Francisco de Paula Santander (1792-1842), hombres de confianza de Bolívar, ambos traidores y corruptos.

Páez y Santander
Para el Centauro de los Llanos el erario es el botín que merece todo aquel que luchó por la independencia. En su autobiografía es claro: “los que con la espada o la pluma merecieron bien de la patria en las épocas de la contienda y que aspiran a recoger el premio de sus afanes y fatigas, pues no todos suelen contentarse con la gloria póstuma y el aprecio de las generaciones”.
El caso del neogranadino es más patético. Aunque para ambos la Hacienda Pública es su caja de caudales, Santander adolece de la bravía historia militar que ostenta Páez (José Leonardo Infante lo llama El general de las tapias porque solía esconderse a la hora de las batallas). El modus operandi de Santander es sigiloso, insidioso, trabaja como las ratas. La intriga es su arma. Su cobardía la suple de intelectual descalificando
a quien se le opone y haciendo el mal.
Como cada ladrón juzga por su condición, Santander se atrevió a hacer algo que Páez nunca haría: proponerle a Bolívar un negocio indecoroso el 22 de septiembre de 1825. Se trataba del proyecto de construcción del canal de Panamá, que quedaba en nuestro país. Santander intenta con números inmiscuir a Bolívar: “La obra se ha calculado en 10 millones de pesos y contamos con algunos capitalistas extranjeros… muchos amigos de usted tomarán parte. Me atrevo a pedirle a usted dos cosas: 1º. Que usted de oficio recomendara muy eficazmente al Gobierno que favorezca a la empresa; 2º. Que usted consistiese en que se pusiese a usted en la asociación como protector de la sociedad”. El Padre de la Patria le responde con densa claridad ética: “Mi querido general, he visto la carta de usted en que me propone sea yo el protector de la compañía que se va a establecer para la comunicación de los dos mares por el istmo. Después de haber meditado mucho cuanto usted me dice, me ha parecido conveniente no solo no tomar parte en el asunto, sino que me adelanto a aconsejarle que no intervenga usted en él. Yo estoy cierto que nadie verá con gusto que usted y yo, que hemos estado y estamos a la cabeza del Gobierno, nos mezclemos en proyectos puramente especulativos; y nuestros enemigos, particularmente los de ustedes que están más inmediatos, darían una mala interpretación a lo que no encierra más que el bien y la prosperidad del país. Ésta es mi opinión con respecto a lo que usted debe hacer, y por mi parte estoy bien resuelto a no mezclarme en este negocio, ni en ninguno otro que tenga un carácter comercial”.
Bolívar lo conoce al punto que de él dice: “¿Se nos negará que el Vicepresidente se ha enriquecido a costa de la República y que es tan avariento como el más vil hebraico? Todos quieren riquezas; todos quieren obligaciones nacionales. Indemnizaciones, porque el Congreso las decreta y el Vicepresidente las negocia”.
(Continuará)
Alí Ramón Rojas Olaya
Tomado del Semanario Digital del PSUV, Cuatro F,
Año4, N°151, 6 al 13-12-2017, p. 11

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