Quien es
corrupto es indolente, es decir, no es revolucionario
La lucha contra la corrupción que está
librando el Fiscal General de la República, Tarek William Saab, es la más dura
batalla que contra este flagelo se ha llevado desde la época en que el
Libertador Simón Bolívar era nuestro presidente. Quien es corrupto es
indolente, es decir, no es revolucionario. Todo oportunista es corrupto, solo
espera el momento, el chance. Escala su plan disfrazado de oveja y una vez en
la cúspide muestra su verdadero rostro. También existe el resentido social que,
al ocupar un cargo, piensa que se merece todo lo que obtiene fraudulentamente.
Cuando el pueblo sabe que un corrupto es recompensado con otro cargo público se
desmoraliza, porque la impunidad amedrenta la moral. Nos dice José Gregorio
Linares en su libro La utopía posible
que “la corrupción es un enemigo silencioso, así como lo es, según se dice, la
hipertensión arterial. Se va metiendo poco a poco en el interior del
funcionario público o del revolucionario y va matando imperceptiblemente su mística.
Paulatinamente se va apoderando de él un afán de éxito y confort que lo hace
necesitar más riquezas y poder”.
En nuestras raíces hallamos una rica
fuente axiológica sobre la lucha contra la corrupción. Después de la
aprehensión, entre otros funcionarios petroleros, de Eulogio del Pino, Nelson
Martínez y Diego Salazar Carreño, primo de Rafael Ramírez, vale la pena
entender cómo pensaban estadistas de la talla de José Antonio Páez (1790-1873)
y Francisco de Paula Santander (1792-1842), hombres de confianza de Bolívar, ambos
traidores y corruptos.
Páez
y Santander
Para el Centauro de los Llanos el erario
es el botín que merece todo aquel que luchó por la independencia. En su
autobiografía es claro: “los que con la espada o la pluma merecieron bien de la
patria en las épocas de la contienda y que aspiran a recoger el premio de sus
afanes y fatigas, pues no todos suelen contentarse con la gloria póstuma y el
aprecio de las generaciones”.
El caso del neogranadino es más
patético. Aunque para ambos la Hacienda Pública es su caja de caudales,
Santander adolece de la bravía historia militar que ostenta Páez (José Leonardo
Infante lo llama El general de las tapias porque solía esconderse a la hora de
las batallas). El modus operandi de Santander es sigiloso, insidioso, trabaja
como las ratas. La intriga es su arma. Su cobardía la suple de intelectual
descalificando
a quien se le opone y haciendo el mal.
Como cada ladrón juzga por su condición,
Santander se atrevió a hacer algo que Páez nunca haría: proponerle a Bolívar un
negocio indecoroso el 22 de septiembre de 1825. Se trataba del proyecto de
construcción del canal de Panamá, que quedaba en nuestro país. Santander
intenta con números inmiscuir a Bolívar: “La obra se ha calculado en 10
millones de pesos y contamos con algunos capitalistas extranjeros… muchos
amigos de usted tomarán parte. Me atrevo a pedirle a usted dos cosas: 1º. Que usted
de oficio recomendara muy eficazmente al Gobierno que favorezca a la empresa;
2º. Que usted consistiese en que se pusiese a usted en la asociación como
protector de la sociedad”. El Padre de la Patria le responde con densa claridad
ética: “Mi querido general, he visto la carta de usted en que me propone sea yo
el protector de la compañía que se va a establecer para la comunicación de los
dos mares por el istmo. Después de haber meditado mucho cuanto usted me dice, me
ha parecido conveniente no solo no tomar parte en el asunto, sino que me
adelanto a aconsejarle que no intervenga usted en él. Yo estoy cierto que nadie
verá con gusto que usted y yo, que hemos estado y estamos a la cabeza del
Gobierno, nos mezclemos en proyectos puramente especulativos; y nuestros
enemigos, particularmente los de ustedes que están más inmediatos, darían una mala
interpretación a lo que no encierra más que el bien y la prosperidad del país.
Ésta es mi opinión con respecto a lo que usted debe hacer, y por mi parte estoy
bien resuelto a no mezclarme en este negocio, ni en ninguno otro que tenga un carácter
comercial”.
Bolívar lo conoce al punto que de él
dice: “¿Se nos negará que el Vicepresidente se ha enriquecido a costa de la
República y que es tan avariento como el más vil hebraico? Todos quieren
riquezas; todos quieren obligaciones nacionales. Indemnizaciones, porque el
Congreso las decreta y el Vicepresidente las negocia”.
(Continuará)
Alí Ramón Rojas
Olaya
Tomado del
Semanario Digital del PSUV, Cuatro F,
Año4, N°151, 6
al 13-12-2017, p. 11
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