Niños africanos esclavizados
cultivan buena parte del cacao que posteriormente es convertido en chocolate
por las transnacionales de la alimentación, especialmente por la empresa suiza
Nestlé. En efecto, los países del África occidental suministran más del 70% del
cacao que se comercializa en el mundo, y este es explotado por niños pobres.
Estos son atraídos con la promesa de un buen salario; luego son enviados a
plantaciones apartadas, lejanas de sus hogares; y una vez allí son
prácticamente secuestrados y obligados a trabajar como esclavos. La vida de los
niños esclavizados en las plantaciones es una pesadilla. Allí trabajan de 80 a
100 horas por semana. Uno de ellos contó: “Las palizas formaban parte de mi
vida. Siempre que te cargaban con sacos (de granos de cacao) y caías mientras
los transportabas, nadie te ayudaba. En lugar de eso, te golpeaban y golpeaban
hasta que te levantabas de nuevo”. Otro dijo que “jamás había siquiera probado
el chocolate; la gente disfruta de algo que me causó sufrimiento producir”. Este
cacao es comprado por la Nestlé, y luego convertido en barras de chocolate y
ricos bombones mercadeados en atractivos envoltorios.
En la obra “El lado oscuro del
chocolate”, la periodista Miki Mistrati afirma que la Nestlé no solo es
responsable de comprar el cacao producido por niños esclavizados; lo que
constituye en sí misma una práctica empresarial antiética e inmoral. En
realidad, asevera, esta compañía es la autora intelectual de todo el circuito
económico que genera esclavitud infantil en África. El modus operandi de esta
transnacional es el siguiente: Primero propicia una política “amistosa” de
cooperación y acercamiento con las naciones productoras de cacao y con la
comunidad científica local vinculada a la agricultura cacaotera por medio de una
seductora estrategia comunicacional y de un hábil cabildeo político; luego
firma convenios científicos y tecnológicos con universidades y centros de
experimentación y los asesora en todo lo relacionado con el proceso de
producción y comercialización del cacao; a continuación entra en contacto con
las comunidades y se familiariza con la idiosincrasia de la población asentada
en las zonas cacaoteras; posteriormente se pone en contacto con los dueños de
las plantaciones y las casas comerciales, a quienes orienta a fin de que
obtengan mayor rendimiento y máximas ganancias; lo que se logra vendiendo toda
la cosecha a la empresa monopolista transnacional y bajando los costos de
producción mediante la explotación de mano de obra infantil.
Por supuesto que además del interés económico
inmediato, detrás de todo esto está el propósito imperial de Nestlé en el
sentido de conocer directamente la biodiversidad de los países que asesoran, e
identificar las debilidades, fortalezas y potencialidades de sus habitantes;
para sacar así el máximo provecho geopolítico y lograr el mayor control de su
economía. Sin saberlo, las naciones que reciben el “apoyo” de esta
transnacional se convierten en eslabones de un circuito aparentemente
científico que compromete la soberanía nacional y la independencia.
Dada esta información, me ha
sorprendido saber que en Venezuela hay actualmente instituciones (nacionales y
regionales) oficiales y privadas vinculadas con la producción y mercadeo del
cacao que impulsan convenios de asesoría con la Nestlé. Sus promotores son
funcionarios públicos, científicos y emprendedores que a lo mejor actúan de
buena fe obnubilados por los beneficios que en materia de apoyo a la investigación
y a la productividad ofrece la transnacional. Lamentablemente son, por decir lo
menos, muy ingenuos y confiados. Creen en las buenas intenciones, el espíritu
científico y la filantropía que anima a esta compañía extranjera. Si durante la
conquista se dice que intercambiamos oro por espejitos; ahora estaríamos
cambiando información agrícola valiosa por espejismos. Por todo esto, los
venezolanos no deberíamos concertar acuerdos con corporaciones con agenda
oculta, cuyo sentido de la ética es contrario a los principios de humanidad
consagrados en nuestra Constitución. En tal sentido instamos a los movimientos
ambientalistas, a los defensores de los derechos humanos, a los organismos
vinculados con la ciencia y al Gobierno Nacional a abrir un proceso de investigación
para conocer y derogar los convenios suscritos. De igual modo, exhortamos a los
constituyentes a prohibir en la nueva Carta Magna la firma de acuerdos con
quienes han incurrido en violación de los derechos humanos en cualquier lugar
del mundo, especialmente cuando las víctimas son niños y niñas. Al respecto,
sería pertinente guiarnos por los consejos de Simón Bolívar, quien nos alertaba
sobre el peligro de traer a los poderosos a nuestra casa. Expresaba: “Es como
invitar al gato a la fiesta de los ratones”.
José Gregorio
Linares,
En, Semanario
Digital del PSUV, Cuatro F,
Año 4, N° 151, del
6 al 13-12-2017, p. 12
No hay comentarios.:
Publicar un comentario