Importante exponente de la literatura
costumbrista del siglo XIX, que nació en Caracas el 4 de junio de 1858, y se
crío en Barcelona, pues desde 1840, se traslada con su familia a esa ciudad, donde ejerció el oficio de periodista,
escritor y participó en la Guerra Federal (1858-1863).
Atenderá este costumbrista, junto con su
padre y su hermano Ramón, una imprenta que le permitirá acercarse al oficio de
escritor y editar la revista El Oasis.
Es por ello, que años más tarde reflexionará sobre su participación en la
Guerra Federal, y dirá que cambió “el plomo de los tipos de imprenta, por el
plomo de las balas”. Para 1863 estará a cargo de la edición de El Rebeque y tiene el privilegio, junto
a su familia, de editar la primera revista venezolana ilustrada, Museo Venezolano.
La labor de Nicanor se extiende también a
la política y llega a ser General de Brigada, representante en el Congreso y
ministro. Actividades que le permitieron fundar en 1877 el diario El Liberal, en donde hacía duras
críticas al gobierno de Antonio Guzmán Blanco, por lo que tuvo que abandonar su
patria a partir de 1880 y vivir con su familia en Nueva York.
Allí, sigue con sus actividades de escritor
y funda dos revistas La Revista Ilustrada
y Las Tres Américas.
Es considerado este escritor venezolano
como costumbrista, pues además de tener sus escritos una carga de humor,
destaca la detallada descripción de los usos y costumbres de nuestras tierras y
de su gente.
Muere Nicanor Bolet Peraza en la ciudad de
Nueva York el 25 de marzo de 1906.
A continuación queremos compartir uno de
sus escritos humorísticos:
Cartas
Gredalenses
“Aquí me tiene usted en este país como mudo y sordo que ni habla
ni entiende, y dando más botes que un cuerno en un empedrado. Pero bien dicen
que la necesidad tiene cara de hereje; porque es el cuento de que la precisión
en que estoy de hacerme entender, y de entender á estos arrevesados yankees, me
ha puesto en el caso de aprender el inglés; y puedo asegurarle, paisano don
Frutos, que la cosa es de lo más sencillo del mundo. Todo está en cogerle el golpe
á la maldita gerigonza.
Yo he descubierto que el secreto para
hablarla consiste en cambalachear unas palabras por otras. Por ejemplo. ¿Quiere
usted pedir pan?; pues pida el sombrero. ¿Qué se le antoja luego mantequilla?
No tiene más que pedir las botas. Cualquier sirviente á quien usted le grite:
¡Pepe!, le trae 'pimienta; y si lo que se le antoja á usted pedir es queso, no
se apure usted mucho; estornude y diga ¡chis!, y se lo traen volando. Cuando le
falte la sal, no se ande corto, y diga que le traigan, nada menos que el sol y
para que á uno le sirvan el cacao, (¡miren qué ocurrencia!) hay que decir que
le traigan el coco.
Ayer tuve que comprar una docena de
cuellos, pues aquí no es como en el Gredal, en donde con uno solo hay para
rustir tres semanas. Y sucedió que me bajaron toda la tienda, sin saber lo que
yo pedía, hasta que me acordé de mi regla de trocar las palabras, y comencé á
mentar cosas de carpintería, y cuando llegué á cola, como por ensalmo, me
dieron los cuellos. ¿Y qué me dice usted, paisano, de esto de llamar á la tinta
Inca, al tintero instante y al lápiz pensil?
A cualquiera señorita, á la más encopetada,
la llama usted mis?, como á los gatos, y no se ofende; les dice usted que usted
quiere ser su lobo, y ellas no se asustan; porque lobo quiere decir «amor.» Ala
criadita del hotel le pregunto yo, así por pura chacota: chica, ¿tú me lobas? Y
ella, la muy picara, siempre me responde: ¡yeso! Con las muchachas se practica
muy bien el inglés. Pero eso sí, paisano, mucho cuidado en no mentar aquí
piernas, y aunque no es pecado el mostrarlas, sí es escándalo el nombrarlas.
Aquí las piernas existen y no existen, son
una, cosa que es y no es, y por eso me figuro yo que las llaman limbos. De
suerte que no puede decir usted que ha visto una pierna, sino que vio el limbo;
y entonces nadie se alarma.
A los pasteles les dicen aquí país. Yo me
como todos los días un país. La verdad es que esto es ya casi castellano;
porque allá entre nosotros, cuando un Presidente está haciendo su mandado,
decimos que se está tragando el país.
Al fin de cada semana me presentan en el
hotel el borderó, que aquí lo llaman el vil. Si estoy corto de plata en ese
día, me toco el bolsillo, ó sea el lado del hígado, y digo muy tristemente
¡tumor!; que quiere decir ¡mañana!
Para esta gente Dios es Godo, y al diablo
lo llaman débil. Todo al revés, paisano.
Una sola cosa no he podido explicarme, y es
el por qué á los números se les han de dar aquí nombres de personas. Por
ejemplo, al número uno le bautizan Juan, y al sesenta lo llaman Sixto; de
manera que cuando va usted á contar sesenta y uno, tiene que decir Sixto Juan.
Ayer no más me reía yo oyendo sacar sus
cuentas al cajero del hotel. En vez de decir: diez, dos, no; diez, dos,
sesenta; once, catorce, decía: — ten tú; Juan; ten tú, Sixto; eleven el fortín.
Vuelvo á asegurarle, paisano, que aquí hay que usar las palabras como las
medias, metiéndolas al revés.
Hay otra reglita que he descubierto, y es
que todas las palabras debe uno acentuarlas en la primera sílaba; especialmente
si son santos de comer. Por ejemplo; nosotros decimos por allá San Giiíche; y
aquí hay que decir Sándtvich; y si nó, se queda uno y el que los vende, en
ayunas.
Por eso reparará usted, paisano, que los
gringos que van por nuestras tierras, no dicen, ni que los maten, San Cocho
sino Sáncocho; y con su acento en el Sán se lo zámpan los muy zánganos.”
Carol Lenderbor
Adulta Mayor
Integrante de nuestra
Aldea de Encuentro
y de la
Comunidad Cristiana
“Jesús el Buen Pastor”,
San Antonio de los
Altos