lunes, 26 de agosto de 2019

Matar de hambre: táctica de guerra nazi II


II
El plan de matar de hambre a los habitantes de Leningrado  fue estudiado meticulosamente por el profesor dietético Ernst Ziegelmeyer del Instituto de Nutrición de Múnich quién, con base en concienzudos estudios que incluían analizar el censo de habitantes y la cantidad de alimentos que podían ser guardados de acuerdo a la capacidad de los almacenes, concluyó que en muy poco tiempo la comida mermaría y, en consecuencia, los ciudadanos tendrían que someterse a un plan de racionamiento que solo les permitiría el consumo de 250 gramos de pan diarios, porción insuficiente para mantener la salud. De este modo, mediante la combinación del ataque aéreo, el sitio por tierra y el bloqueo naval, los alimentos se acabarían rápidamente y los defensores irían falleciendo por inanición, sin tener los alemanes necesidad de luchar y sufrir bajas.

El proyecto fue aprobado por el Alto Mando de las Fuerzas Armadas Nazis. Al respecto Hitler declara (29 de setiembre de 1941): “He resuelto borrar a Leningrado de la faz de la tierra. No nos corresponde a nosotros, ni nos corresponderá el problema de la supervivencia de su población, es decir de su abastecimiento. En este combate, en el que nuestra resistencia está en juego, es contrario a nuestros intereses salvar a la población de esta ciudad, ni siquiera a una parte de esta”. Alrededor de 725.000 militares con armamentos de todo tipo sitiaron Leningrado para impedir que la población pudiera salir a abastecerse de lo indispensable para vivir.

En consecuencia, hubo un especial ensañamiento con los almacenes de comestibles. Los proyectiles destruyeron toneladas de azúcar, grasa, harina, pasta, cereales y granos depositados en las fábricas y silos, pulverizaron los frigoríficos para dañar toda la comida, hundieron las gabarras que transportaban víveres por los ríos, incendiaron los sembradíos, destruyeron los mercados y los comercios.

Simultáneamente se desarrolló una guerra comunicacional. La aviación nazi lanzó propaganda donde se anunciaba: “Vuestra ciudad está completamente rodeada por los ejércitos alemanes. El Alto Mando no desea en modo alguno imponer sufrimientos a la población civil. Pero la rendición constituye la única alternativa a la aniquilación absoluta o al hambre. Convenced a vuestros dirigentes de que es preciso sacrificar el bolchevismo en aras de la paz. ¡Es mejor ser un súbdito sano de vuestros conquistadores indiscutibles que un bolchevique hambriento!”.

¡Pero Leningrado no se rindió! Sus habitantes hicieron de todo para sobrevivir: abrieron una ruta secreta para el abastecimiento de alimentos que eran transportados desde las ciudades cercanas (pero fueron descubiertos); ajustaron el racionamiento al mínimo indispensable para que todos pudieran alimentarse; se organizaron patrullas para atender a los enfermos y socorrer a los desvalidos; un grupo de voluntarios taló madera en los bosques no ocupados por los alemanes; unos buzos extrajeron miles de toneladas de carbón que yacían bajo el agua del puerto, concretamente de unos barcos ingleses que en el siglo XIX habían arrojado el mineral al fondo; otros buzos rescataron del Lago Ladoga toneladas de trigo que se pudieron secar y recuperar para comer; durante el aniversario de la Revolución Bolchevique para elevar la moral los niños recibieron como premio una porción de leche con una cucharada de harina de papa y los adultos tomates salados; se crearon nuevas rutas de aprovisionamiento que fueron bautizadas como “Carreteras de la Vida”. Además fueron cultivadas clandestinamente cientos de hectáreas de hortalizas, papas y repollos, por grupos de familias que recibían adiestramiento especial en agricultura y economía de guerra. También el Instituto Científico de Leningrado produjo una harina sintética a base de conchas y caparazones, complementada con aserrín, mientras grupos de botánicos resguardaban un banco clandestino de semillas. “Desesperados, los habitantes tuvieron que obrar milagros para sobrevivir como por ejemplo convertir el azúcar quemado de una fábrica en un sirope calcinado que se podía mascar e ingerir sin riesgo como un caramelo. Científicos y químicos inventaron pan con un 20% de harinas trituradas, un 10% de semillas oleosas y un 10% de celulosa, lo mismo que leche con semillas de soja o sopa de agua caliente de hojas de pino o cuero de zapato hervido. Pronto se fabricaron ingeniosos inventos para llevarse algo a la boca como sopas hechas de encuadernación de libros, caldos de hojas secas, pasta de ramas jóvenes de árbol cocidas con turba o sal, pan de celulosa, harina de algodón, leche de algas, lácteos con intestino de gato mezclado con aceite de clavo e incluso se elaboraron 2.000 toneladas de salchichas cocinadas con cuerda de violines que mezclaban con simiente de lino y aceite de maquinaria industrial”.

En medio de las más terribles desgracias, permaneció viva la llama de la esperanza, y se emprendieron los más poderosos actos de resistencia. Se organizó una orquesta sinfónica, bajo la dirección de Karl Eliasberg, que fue capaz de interpretar la Sinfonía de Leningrado, del compositor ruso Dimitri Shostakovich: Un verdadero himno de dignidad y lucha. Los músicos debilitados por la hambruna apenas eran capaces de sostener sus instrumentos, sin embargo tocaron. El día del estreno de la obra, se colocaron altavoces en toda la ciudad no sólo para que el pueblo asediado escuchara el concierto, sino también para que las tropas invasoras supieran que allí nadie se rendiría.

Finalmente, el arrojo y el amor por la Patria vencieron sobre unos invasores que blandían la guadaña de la muerte. Los alemanes fueron definitivamente derrotados en enero de 1944. El pueblo de Leningrado celebró con bailes la victoria sobre sus agresores y rindió homenaje a los caídos. "Subestimaron nuestra voraz hambre de vivir", escribió una superviviente. 

Lunes, 19 de Agosto 2019

José Gregorio Linares
Historiador      
Adulto  Mayor   

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